Pero, lo verdaderamente satisfactorio de hacer reír a otro, es es que alguien sea la persona indicada. Cuando la persona es la que nosotros (o más bien nuestro corazón) elegimos, nos llena de una adrenalina pura y satisfactoria. Esa sonrisa nos invade como electricidad y recorre cada milímetro de nuestras fibras nerviosas. Nos hace recargarnos y desear ser siempre quien lo provoque. Porque se convierte en droga. Necesitamos provocar eso. Ese fenómeno que tan fácil es de provocar y tan difícil de mantener.
"He llegado a la conclusión de que seamos lo que creamos ser, hay algo que nunca va a dejar de hacernos sentir humanos: la capacidad de hacer sonreír a una persona. Porque podremos ser oscuridad o vomitar colores en cada palabra, pero si mi intuición no falla, siempre estará la persona adecuada para transformar (nos) todo en algo maravilloso."
Resiliente